Este maestro tan querido por su pueblo que ha dado nombre a una calle y a una escuela, donde se conserva un busto adquirido por suscripción popular, nació en Archena en 1820, siendo sus padres Antonio Medina Solana, estanquero y Lucía de Luna. En su juventud se dedicó al oficio de tejedor hasta la edad de veintiocho años en que tras el fallecimiento del profesor, pasó a ser maestro interino de la escuela de niños (1849). Entonces no sabía otra cosa que leer, escribir y algo de matemáticas, pero puso un gran empeño en su nueva función, obteniendo rápidamente el título de maestro.
Durante todo el siglo XIX fueron los ayuntamientos los responsables de la enseñanza primaria y sobre sus presupuestos recaían el alquiler y el mantenimiento de los locales, la paga de maestro, la dotación de las escuelas y el material escolar de aquellos niños que carecieran de recursos para adquirirlo. La Junta Municipal de instrucción primaria era la encargada de controlar todo lo referente a este servicio, fomentando la enseñanza y la asistencia a la escuela, nombrando a los profesores y examinando a los alumnos. Los conocimientos básicos que debían adquirir se limitaban a lectura, escritura, cálculo (sumar, restar, multiplicar y dividir) y catecismo. Rudimentos de historia sagrada, geografía y técnicas agrícolas tenían también cabida en la escuela de niños de Archena mientras que para las niñas era fundamental en su plan de estudios el aprendizaje de sus “labores”. La escuela de entonces era lo que se conocía como “unitaria”por oposición a la “graduada”, es decir, que en un solo aula coincidían alumnos de distintas edades y niveles (don Miguel llegó a tener como matriculados, aunque muchos no asistían, hasta 160 alumnos). El maestro nombraba habitualmente a algun estudiante aventajado como su ayudante, este fue el caso del que luego sería también un excelente profesional, el “maestro Pepe”.
En los exámenes realizados por la Junta pronto se hicieron patentes los grandes progresos de los alumnos de don Miguel, siendo éste con mucha frecuencia felicitado. Por su parte el maestro se quejaba a menudo al consistorio de las malas condiciones de los locales alquilados donde se impartían las clases y de la escasez de medios materiales con los que contaba. Para hacernos una idea de la bondad de los locales, digamos que el alquiler mensual apenas superaba las 8 pesetas.
Miguel Medina se casó en tres ocasiones, con Mª Dolores Sáez y con Ana Mª Sabater López, de las que, al parecer enviudó sin tener descendencia. Finalmente contrajo matrimonio con Mª del Pilar Vera Medina, veinte años mas joven que él y con la que tuvo cinco hijos: Dolores, Pilar, Inocencio (el célebre pintor), Francisco y Rufina. El sueldo del maestro ascendía a 83 pesetas y 33 céntimos mensuales, y el pago del mismo se retrasaba más de una vez. Nunca abandonó su labor pedagógica en Archena., a pesar de haber podido ocupar escuelas de más sueldo. Su nombradía llegó a otros pueblos teniendo alumnos de Villanueva, Ulea, Lorquí, Ceutí, Molina, etc.
Hombre profundamente religioso, fue tremendamente solidario, estando su casa siempre abierta para el que lo requería, desde hacer el papeleo hasta asesorar en cualquier trámite, hasta proporcionar una taza de caldo al que lo necesitaba. Supo combinar la bondad y rectitud de su carácter con la severidad y respeto que imponía a niños y mayores. El era el pedagogo integral, que no sólo instruía y preparaba académicamente de forma magnífica a sus alumnos, sino que les enseñaba a ser “hombres de bien” (como se decía entonces), inculcándoles los valores del trabajo, la responsabilidad y la honradez. Su labor no finalizaba en el aula, sino que fuera de ell, seguía controlando los juegos, y el comportamiento de sus discípulos.
Miguel Medina fue, además de un excelente maestro, un músico mas que aceptable y un consumado agrimensor. En el folleto que se editó con motivo de la inauguración de su estatua, en 1917, se le atribuye la formación de la banda de música de Archena, de la que fue su primer director. Siempre que se producía cualquier catástrofe o situación de necesidad, como la célebre riada de Santa Teresa, que asoló la huerta de Murcia, aparecía el maestro con su estudiantina de niños, dispuesto a recaudar fondos. Previamente había explicado a sus alumnos la gravedad de la tragedia, de tal forma que cuatro días después de producirse la riada los niños de la escuela de don Miguel acudieron al ayuntamiento a leer unas redacciones que habían elaborado sobre el tema; también realizaba con frecuencia montajes teatrales. Como hombre instruido y que gozaba de gran aprecio y prestigio, don Miguel participaba en numerosas Juntas Municipales como la de sanidad, socorros o elaboración del censo.
A nivel profesional don Miguel se mantuvo permanentemente actualizado, en una época en la que también había que adoptar nuevos conocimientos. En 1852 se dictó una orden obligando a que en todos los pueblos se implantara el sistema métrico décimal, lo que debía suponer una auténtica revolucionen las matemáticas. Ya con 62 años tuvo ánimos de desplazarse a Madrid para asistir a un Congreso Pedagógico.
El 16 de marzo de 1898 murió don Miguel Medina. Inmediatamente fue convocado un pleno municipal y la Corporación acordó por unanimidad
"...haciéndose intérprete de la voluntad y deseos del vecindario que se sufragen los gastos que ocasionen el féretro, entierro y funeral del finado, en prueba del reconocimiento que merece la memoria del mismo, por los inmensos beneficios que ha reportado a la enseñanza y cultura de este pueblo durante los cincuenta años que ha desempeñado la escuela con celo nunca bastante encomiado..."
Unos años después, en 1909 el alcalde, don José Antonio Sánchez Martínez propuso que se erigiera una estatua o mausoleo al maestro Miguel Medina. Esta propuesta se materializó en agosto de 1911 con la estatua que actualmente se conserva en el grupo escolar “Miguel Medina” que entonces se situó en la Plaza Mayor. El autor del busto fue consagrado artista Coullaut Valera, quien haría posteriormente con su hijo, el famoso grupo escultórico de don Quijote y Sancho de la plaza de España de Madrid. El recuerdo del maestro continuó en la memoria de los vecinos y cuando se inauguró el nuevo ayuntamiento en 1930 el ayuntamiento acordó ceder una parcela para trasladar los restos de don Miguel. Cuando pocos años después se inauguraron las escuelas graduadas hubo unanimidad entre las fuerzas políticas para que fuera su nombre el que figurara en ellas. El recuerdo de su profesionalidad y condición humana permanece aún entre su pueblo.