Nacido en Ricote, vivió buena parte de su vida en Archena, donde falleció y fue enterrado. Su hermano Sancho llegó a ser Presidente del Consejo Supremo de Castilla y una de sus hermanas casó con el Marqués de Corvera. Fue un afamado militar que llegó a ocupar el cargo de Mariscal de Campo en la Guerra de la Independencia.
A su mando estaba el 5º Regimiento de Voluntarios de Murcia, en el que se integraba la milicia archenera.
Al frente de este contingente militar acudió al puerto de Alicante a esperar la llegada del ejército balear y acudir todos posteriormente al sitio de Zaragoza. De allí se trajo un banderín conquistado a los franceses que regaló al Corregidor de la ciudad de Murcia. Don Pedro fue ascendido posteriormente a Teniente General.
Como en tantos otros hombres de su tiempo a su faceta militar se unía la política. En 1808, ante el vacío de poder que supuso el “secuestro” por parte de Napoleón de la familia real española, las masas populares madrileñas se movilizaron contra los invasores franceses el dos de mayo. Este ejemplo pronto se propagó por toda España creándose Juntas Locales para mantener el orden y recuperar el control de los acontecimientos. La Junta del reino de Murcia fue presidida por el conde de Floridablanca, y de la misma formaban parte figuras importantes de la región: el propio mariscal de campo don Pedro, el marqués de Villafranca y los Vélez, el obispo, el deán, Antonio Fontes y el marqués de San Mamés.
Don Pedro había sido elegido anteriormente en diciembre de 1800 (ya lo fue en 1796) como uno de los dos alcaldes ordinarios de Archena junto a José de Vera Melgarejo. El Comendador de la religión de San Juan, en completo desacuerdo con la elección, lo sustituyó, siendo este tan solo un episodio de la larga pugna entre el Sr. Llamas y la Orden, que se agudizó en torno a 1820, al reclamar el Comendador el directo dominio sobre unas posesiones de don Pedro en Los Baños; la causa tuvo que ser resuelta por el Corregidor de Murcia.
En los años que siguieron a la Guerra de la Independencia se sucedieron varias catástrofes naturales: sequías, granizo, langosta...; todo ello en un país ya devastado por el paso y aprovisionamiento de los ejércitos. En unos organismos debilitados por el hambre, el paludismo y la fiebre amarilla que alcanzaron gran virulencia. En esta situación de miseria generalizada destacaba la generosidad de Don Pedro, un hombre soltero, enfermo de sífilis, que creía su deber ayudar a los demás probablemente desde el convencimiento deque con ello purgaba sus pecados. Lo cierto es que sus buenas acciones le hacían muy querido por todo el pueblo: visitaba a los enfermos y los socorría con su dinero, ayudaba a los mozos cuando entraban en quintas, librando a los más necesitados del servicio militar; se decía que en el pueblo no se hacía nada sin contar con él y era el ejemplo perfecto del paternalismo filantrópico que ejercían personas buenas y, evidentemente ricas, de la época. El cariño hacia don Pedro que sentían los vecinos de Archena los llevó a una auténtica movilización popular para que fuera enterrado en la Iglesia y no en el nuevo cementerio.